




Trujillo, ciudad trimilenaria, cruce de los caminos por donde se gastaron las herraduras de España, y de cañadas reales, de íberos, celtas, fenicios, cartagineses, romanos, bárbaros, árabes y un sin fin de guerreros y viajeros que a lo largo de la historia pudieron disfrutar del Arte como resultado de su historia y de la naturaleza que le ha tocado por su privilegiada situación en esta vetusta Extremadura, arcón de las esencias del país más viejo de Europa.
Si llegases a Trujillo, por donde entrares, hallarás una legua de berrocales; las verrugas de sus granitos generan formas increíbles y es la cantería madre de todas las formas arquitectónicas que engrandecen la machorra del Cabeza de Zorro, a cuyos pies, en la solana, late una vieja ciudad conservadora de fuertes esperiencias.
A pesar del inexorable paso del tiempo sus calles conservan el sabor de la historia en sus fachadas, de belleza ruda y pétrea.
Estas callejuelas intrincadas esconden la mayor concentración de iglesias, palacios y casonas por metro cuadrado imaginable y en el centro de todo este conjunto la Plaza Mayor destaca sobre todas las plazas del mundo, por su majestuosidad y riqueza arquitectónica, por su viejo espíritu.
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